viernes, 22 de enero de 2010

El Poder de la Muerte


Para nadie es un misterio, el inmenso poder y reconocimiento que puede llegar a obtener una persona post- mortem. No solo nos encontramos con homenajes, estatuas, nombres de calles y avenidas como forma de reconocer y conmemorar a ciertos próceres, figuras y grandes autoridades en todo ámbito de la vida, ya sea cultural, política, deportiva, social, científica entre otras. Sino que por otro lado, nos encontramos con personas que mientras estuvieron con vida, no hicieron otra cosa que cometer crímenes, vicios, y actos al margen de lo ético, moral y legal entre otras. Pero basta con que estas personas dejen de existir, para que instantáneamente haya un Alzheimer general en la población, causando un olvido hacia tales acciones e instaurando como único recuerdo, las buenas y consideradas acciones que éste haya podido realizar.

En cuanto a esta temática, nos encontramos no solo con el análisis del inmenso e irracional poder de la muerte (muchas veces injustificados), sino que también con un tópico implícito, el que está referido al no reconocimiento en vida, el que sufren constantemente verdaderas celebridades destacadas, insignes y con merecimientos de sobra para aquello.

Muestra de esto último es la costumbre de muchos países, entre los cuáles Chile parece ser el líder, los que se amparan en la frase “nadie es profeta en su tierra”, para reconocer a terceros y tratar de forma indiferente a verdaderos individuos nacionales que destacan de sobremanera en sus quehaceres, y quienes aunque no buscan y no trabajan en pro del reconocimiento, lo merecen mucho más que ciertas personas que sólo llegan a ser santificadas durante su muerte, ya que en vida, por sus acciones, nunca se llegarían a merecer un reconocimiento tal.

¿Por qué olvidarse de quienes destacan en sus respectivas tareas, pero que lamentablemente no gozan de la masificación de su apellido u obras? ¿Cuál es la causa de que ciertas personas que solo contribuyen a la violencia y la división sean exageradamente endiosados? Nadie busca que se les olvide y no se les reconozca por sus positivas contribuciones, pero es bueno tener claro, que una cosa es reconocer y otra, es “endiosar”. Y el hecho de santificar las figuras de Salvador Allende, Augusto Pinochet, y otros “revolucionarios” emblemáticos de la época; no hacen otra cosa que acentuar esta división nacional, que lleva años tratando de sanar, pero que por medio de injerencias estatales, pasan a ser asuntos de estado más que de sus respectivos adeptos. Si bien, no podemos hacernos los indiferentes ante la situación, sino que por el contrario, debemos recordarlo y tenerlo bien presente para no caer nuevamente en lo mismo; si bien no podemos omitir los logros y las luchas de múltiples personalidades que dieron su vida por lo que tenemos hoy en día; no podemos permitir a su vez, que esa delgada línea entre el reconocimiento, el recuerdo y la conmemoración, con respecto a la “endiosidad” se pase y se tergiverse.

En otro sentido, con respecto a reconocimientos de terceros y no de nuestros propios hermanos nacionales ¿Por qué construir estatuas gigantes a un emblema religioso, que no representa a todo un país, ya que no todos los chilenos son católicos? ¿Cuál es el motivo de llamar a una de las avenidas principales de Coquimbo, con el nombre de un presidente de una confederación de Fútbol, que no ha hecho nada por nuestro país? ¿Deben ser permitidos los homenajes de este tipo, como los ya mencionados, sin la autorización de la comunidad (más aún cuando es la comunidad la que convive con aquello)?

Dentro del mismo tema, pero abocándose a otro tipos de efectos que produce la misma muerte; nos encontramos con el hecho de cómo la muerte, no solo del individuo en sí, sino que también de su alrededor, provoca extrañamente una cierta lamentación y lástima hacia la persona que sufre la pérdida, materializándose en reconocimientos, que si bien pueden ser justificados, éstos mismos se pueden ver apresurados y forzados, lo que sería injusto para quienes compiten por el mismo reconocimiento.

Ejemplos de lo anterior encontramos en cantidades y en diversos ámbitos; en primer lugar podemos citar el Oscar post- mortem a mejor actor de reparto, recibido por el actor Australiano Heath Ledger, quien si bien fue muy bien criticado, incluso siendo catalogado por algunos como, lo mejor de la película “Batman: El Caballero de la Noche”; deja entrever ese bichito de ¿Qué hubiera pasado si hubiera estado vivo?; ya que para nadie es un misterio que en los premios Oscar no siempre gana el mejor en cada categoría. Sino fuera así, ¿Cuántos Oscares no tendría Martín Scorsese, por todas las excelentísimas películas que ha realizado?.
En un ámbito más político; en Argentina, el ex presidente Carlos Saúl Menem dirigió el gobierno de la Argentina durante 2 períodos consecutivos (desde 1989- hasta 1999). En este contexto, no es extraño concebir la percepción que manejan varios argentinos; la que se orienta al hecho de que la trágica muerte de su hijo Carlos Menem Jr.; colaboró a que el presidente fuera reelecto en su cargo, ya que según algunos, la gente habría querido brindarle un apoyo popular ante una pérdida tan trágica (muerte de Carlos Menem Jr.: 15 marzo de 1995; elección presidencial: 14 mayo 1995). Y por último; yéndonos a una temática más deportiva y reciente, nos encontramos con la lamentable pérdida que sufrió el gran relator deportivo Pedro Carcuro. La trayectoria y la calidad de este relator deportivo, que para muchos es el mejor de la historia, es indudable, e irreprochable; pero hay que ser objetivo y preguntarse ¿Por qué hoy se le reconoce una sustentable y extensa trayectoria? ¿Por qué no fue antes? ¿Se entregó como forma de reconocimiento, o como forma de apoyo del gremio? Es bueno dejar claro, que el merecimiento está fuera de discusión; pero por otro lado, es bueno transparentar las situaciones y reconocer cuál es el verdadero motivo de que “ese” o “esos” reconocimientos hayan llegado hoy y no antes.

Los homenajes y reconocimientos son el acto más gratificante que puede existir para reconocerle y congratular a un humilde profesional por sus logros. La idea es no manosear, ni vulgarizar el sentido de estos actos; de forma que se le otorguen a quiénes de verdad hayan contribuido a la nación, ya sea en su desarrollo político, social, deportivo, cultural, educacional entre otros; y no a quiénes si bien representan una personalidad importantísima a nivel mundial, no llega esa personalidad de forma productiva hasta nuestro país, ni tampoco entregarlos por lástima o presiones morales de terceros para entregar reconocimientos post- mortem. Mal que mal, ¿Qué culpa tienen los otros de que su competidor haya muerto o sufrido una pérdida?.

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